SÍNDROME DEL ATRACÓN

No se si encuentres este término en google, pero es la traducción que le inventé  a un desorden alimenticio que se llama “Binge Eating Disorder”, conocido clínicamente como Trastorno por Atracón, del cual sufrí durante décadas en mi vida.

Todo empezó cuando tenía aproximadamente 9 años, mi papá era y sigue siendo de buen paladar, con tendencia a meterse los kilos. Se la pasaba en un vaivén entre placeres y restricciones. Recuerdo que a finales de los 70, lo que estaba de moda era la Dieta Scarsdale, esta era la dieta que hacía mi papá,  tenía algunas comidas que eran sólo de quesos (yo amo el queso) que se veían mundiales. Me gustaba almorzar lo mismo que él, un poco por la novedad y otro poco por acompañarlo.

De esta forma empecé a desarrollar un tema con los alimentos y la relación entre el placer y castigo. Llegó mi adolescencia y descubrí  que comer compulsivamente era una excelente herramienta para olvidar esos temas particulares de la edad y otros que empezaban a aflorar del subconsciente. Es así comenzó mi debut con el síndrome del atracón, comer y comer hasta literalmente no poder más y hacerme daño orgánicamente para luego pasar dos días castigada (por mi)  a punta de manzana verde y yogurt. Nunca supe vomitar porque seguramente hubiese sido bulímica, y ser anoréxica no era una opción a considerar porque me gustaba demasiado comer.

Hoy, ese síndrome quedó atrás, lo superé hace un poco más de 15 años. ¿Cómo hice para salir adelante? Tenía que hacerlo porque cada día los atracones eran más graves, me sentía cada vez peor psicológica y físicamente. La inflamación que tenía en mi colon y estómago era severa, comenzaron a salir úlceras en las vías digestivas, producto de la acidez tan bárbara que padecía, incluso una vez terminé en emergencia en la clínica, sentía que me estaba muriendo. Empecé a ocuparme porque poco a poco me estaba matando.

Comencé por terapias de todo tipo, nutricionista, psicólogos, psiquiatra, medicación, fui a gordos anónimos, pero no les caí bien, no cumplía con los requerimientos (no era gorda), también me suscribí a grupos de comedores compulsivos online fingiendo tener sobrepeso. Luego pasé por alcohólicos anónimos, en donde era más aceptada, ya que empecé a tratarme como una adicta, era adicta a comer y todo esto ayudó. Estaba clara de mi desorden alimenticio. Pero lo que realmente me sacó  adelante fue el yoga, así mismo como lees y lo que coronó con la medalla de sanación fue ayurveda.

El yoga físico, las posturas, me enseñaron a ocuparme de mi cuerpo a sentirlo, y como no podía llegar llena de comida a clases, pues empecé a moderar la ingesta para poder disfrutar de la clase. Luego, comencé a estudiar la filosofía del yoga, que no es otra cosa, que la comprensión del funcionamiento de la mente. Cada palabra estudiada iba entrando profundamente en mis tejidos, entendiendo que mi cuerpo era mi templo y que si él estaba bien todo lo demás estaría mejor aún. Y así se fueron alejando los atracones y comenzó a acercarse el amor propio.

Un buen día conocí ayurveda y ¡BINGO! llegó lo que faltaba, terminé de entender el por qué de mi conducta, comprendí la extensión de sus consecuencias y aprendí, desde el amor, a hacerme responsable por mi salud. Ese día mi vida cambió totalmente, fue un renacer, sentí libertad plena. Terminé de entender que podía comer sin sentir culpa, reconstruí mi relación con los alimentos y mi salud, y lo más importante es que experimenté de primera mano el valor de sentirme bien por todas mis esquinas.