MI CAMINO AL YOGA

Era noviembre de 2004, tenía 36 años y por aquello que llamamos causalidad, entré en una clase de yoga.  Conecté por primera vez en mi vida, sin juicio, con lo que es mi verdadera intimidad, mi cuerpo, mi respiración y mi mente.

Recuerdo ese día como si fuese ayer, un día de otoño, llovía a cántaros, caminaba sin rumbo, con la mente aturdida de pensamientos y es que venía de pasar el día entero en el Memorial Sloan Kettering Cancer Center en NYC acompañando a mi mamá con sus radioterapia y quimioterapia, en el proceso de un cáncer terrible y de repente me paré, leí aquel letrero, averigüé, pagué mi clase y ese mismo día al final de la tarde asistí. La sala de yoga era un espacio pequeño, tranquilo, con música suave, de aroma agradable. La profesora, una joven muchacha, de suave voz y de quien recibí lo que considero una clase armónica, que fue como anillo al dedo para la circunstancia que en ese momento vivía.

De ahí en adelante el proceso no tuvo pausa y así, de un paso al otro, conocí el método de Ashtanga Vinyasa Yoga que es el sistema que practico desde el año 2009.

Te cuento que para mí el yoga es mucho más que una práctica física, siempre lo fue, desde el día uno. El yoga ha sido y es mi gran despertar. Lo primero que me mostró fue la consciencia plena de mi cuerpo y de manera increíble, casi mágica él comenzó a comunicarse conmigo y decirme basta, por favor, ya no más agresión.

Poco a poco, a medida que pasaba el tiempo, los estadios de la práctica iban avanzando. La constancia diaria me mostraba mis limitaciones naturales físicas, mentales y emocionales. Entendí en aquellos años que no podía apurar el camino del yoga y que él sólo se iría desarrollando. Aprendí la lección más importante:  LA PACIENCIA Y LA ACEPTACIÓN. Cuando empecé a entender las amarras del ego, el cuerpo físico y sutil, (aquel que no tocas) como la energía y la respiración, comenzaron a regalarme la serenidad que tanto anhelaba y de repente la flexibilidad comenzó a sacar sus dotes. Además, aumentaron mis niveles de energía, sabiduría, curiosidad, empecé a escuchar más profundamente y me dejé llevar. 

Hoy en día te puedo decir que las enseñanzas que me ha dejado el yoga han permeado en todos los aspectos de mi vida. En este mundo en donde todo es inmediato debemos aprender a trabajar la paciencia y la aceptación, así como no puedes apurar el proceso de hacer la postura perfecta, no puedes apurar el proceso de alcanzar otras metas.

Eso lo he aprendido a punta de látigos de paciencia que me ha enseñado la misma práctica. Me he lesionado muchísimas veces, la última casi me deja sin control de esfínteres, llevándome a quirófano de emergencia por una hernia lumbar. Y aquí sigo, practicando cada día con mayor consciencia y aprendiendo de cada lección de vida.